El edificio se desarrolla principalmente en corte, enriquecido a través de la sucesión de patios escalonados y entrepisos flotantes. Todos espacios concebidos para la contemplación y percepción, no solo de las obras exhibidas sino de las cualidades espaciales del edificio. Surgen espacios interiores relacionados entre si, envolviendo una masa de aire seccionada por desniveles pero unificada mediante visuales continuas e intencionalmente direccionadas a los exteriores, a los centros de luz, a la búsqueda del cielo y el verde. La sola idea de focalizar y estructurar el edificio a su mundo interior llevó consigo el resultado de capturar un oasis lleno de vegetación y hacerlo parte integral del conjunto; para de algún modo preservar la esencia y el carácter de la vivienda original.
Existe a lo largo de toda la obra la premisa (casi obsesiva) de trabajar sobre los puntos de contacto entre la “casa vieja” y la “galería nueva”. Estos son siempre puntos de tensión (formal/material), que indudablemente cargan de contenido proyectual a la obra. Tanto en las decisiones generales del proyecto, como en la resolución de los detalles constructivos, los encuentros entre el “mundo viejo” y el “mundo nuevo” proponen un cuidado particular, desde el diseño y la materialidad. Desde el punto de vista tecnológico, el proyecto funciona como una casa de principios de siglo que asimila la más alta tecnología. Desde circuitos programables para escenarios de iluminación, hasta sistemas de acondicionamiento de aire con concepciones ecológicas de ahorro energético, pasando por zonificaciones de audio y video de alta definición en todas las salas. Como proyectistas interesó desde los primeros trazos dar respuesta a este encargo bajo la consigna de la riqueza espacial, la utilización de materiales nobles, la sinceridad constructiva, la serenidad cromática, y la preservación del verde, logrando un contenedor cuyo fin fuera ceder total protagonismo a las piezas de arte que deberá alojar.